Lo había escuchado de los labios de alguien en la radio. No recordaba de quién eran esos labios. Hasta cree que nunca lo supo. "A los extraterrestres le gustan las milanesas" fue lo que escuchó.
Aprovechó que el mes venía tranquilo en el laburo y se tomó el viernes libre. Se despertó a la hora que le pidió el cuerpo, se pegó una ducha, desayunó liviano y cargó el auto con dos o tres pavadas. Lo importante, las milanesas, estaba en un tapper en la guantera.
La ruta hasta Córdoba estuvo tranquila, sin muchos camiones que esquivar. Contó ocho altares al Gauchito Gil durante su camino.
El lugar ya lo conocía, por lo que no tardó en encontrar la base del cerro Uritorco. Estacionó el Renault Fuego en frente a un almacén, cerró el auto con traba y le preguntó a un transeúnte si por ahí pasaba la grúa.
El sol del mediodía le quemaba la cabeza, no llevaba gorra a propósito, decía que le traía mala suerte, que las veces que había subido al cerro con la gorra puesta no había podido ver nada, que la única vez que haía subido sin gorra, sintió un sonido grave que venía de algún lugar del suelo.
Sin gorra entonces subió Marcelo al cerro, con el tapper en una mano y su morral al hombro.
Para las 19hs se encontraba sentado en un lugar apartado del cerro. Ese lugar irradiaba energías positivas, la piedra que tenía por collar había cambiado de color, pasando del rojo al azul mar.
Un par de horas más tarde, la noche estaba ya cerrada y varias veces se vio tentado de abrir el tapper, comer las milanesas y olvidar el asunto. Pero resistió. Recordó lo de la piedra y eso le dio fuerzas para olvidar que tenía hambre.
De golpe sintió el sonido grave, el mismo de aquella otra vez, sólo que ahora el sonido venía acompañado de tres luces blancas que flotaban en el cielo y que giraban en círculo.
Agarró el tapper con manos temblorosas, mirando alternadamente hacia las luces y hacia sus manos torpes que no podían abrirlo. "Dale la puta madre, dale" gruñía Marcelo por lo bajo. Ahora al temblor de las manos se le sumó sudor y el tapper resbalaba entre sus dedos mojados. Las luces se acercaban, giraban cada vez más lento y el sonido se hacía cada vez más grave. Marcelo podía sentir su tórax vibrar con mayor intensidad.
Las luces al fin se detuvieron a dos metros por sobre la cabeza de Marcelo. El sonido persistía, así como la vibración en el tórax y el temblor en sus manos.
Juntó valor para levantar el tapper con las milanesas dentro. Lo hizo con las dos manos temblorosas, cayendo de rodillas al suelo. Con la vista miraba disimuladamente hacia los costados, buscando algún testigo de este encuentro.
Las luces se apagaron de golpe, y con ellas se fue también el sonido grave. Marcelo levantó la mirada y vio el enorme círculo que flotaba sobre su cabeza. De él se abrió una puerta por donde bajaron cuatro seres flacos y viscosos.
Se acercaron a él con paso solemne, a Marcelo le costaba lidiar con su miedo y sus nervios, y así arrodillado y con el tapper en alto veía cómo se acercaban. Ya podía distinguir facciones en sus caras, el primero tenía el aire más distinguido de los cuatro, fue éste el que se paró frente a Marcelo. Acercó su cara al tapper y lo olfateó, o al menos eso cree Marcelo que fue lo que hizo.
El ser distinguido se echó hacia atrás espantado. Emitió unos sonidos a los otros tres, quienes comenzaron a revolver los arbustos como buscando algo. El distinguido volvió a la puerta y la nave lo absorbió.
Marcelo apoyo el tapper en el suelo y se levantó de a poco. Uno de los seres notó el movimiento y alertó a los otros dos. En seguida marcharon los tres hacia la puerta y fueron también absorbidos por la nave.
La puerta se cerró y se encendieron las luces blancas que comenzaron nuevamente a girar. El sonido grave volvió a retumbar en el tórax de Marcelo que miraba la nave como no creyendo lo que acababa de pasar.
La nave subió hacia el cielo. Marcelo la siguió con su mirada hasta que las luces se confundieron con las estrellas. Dio unos pasos hacia adelante y ahí quedó unos minutos tratando de entender qué fue lo que había sucedido.
Se dio vuelta y vio el tapper vacío.
El camino de vuelta hacia el auto fue largo, un poco porque ya era de noche y el camino era difícil de encontrar y otro poco porque Marcelo iba más concentrado en las luces, en el sonido y en las milaneses que en la ubicación de su Renault Fuego.
Al fin llegó a su auto. Al parecer era cierto que la grúa no pasaba por esa zona.
No recordaba mucho del camino de vuelta a Capital, sólo que en la radio alguien decía algo acerca de milanesas y extraterrestres.